Que coman pasteles

 

Pensaba María Antonieta que eso de estar en Versalles, ajena a la que se estaba montando en las calles de París, iba a ser para toda la vida. Por aquel entonces, con la cabeza aún sobre los hombros, la reina se atrevía a sugerir a quienes protestaban por no tener ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca, que comieran pasteles. Total, allá en Versalles los tenían por docenas, ¿cómo iba a pensar ella que en la opulencia y el lujo con el que se vivía en palacio los campesinos veían motivos más que sobrados para acabar con la monarquía? ¿Cómo iba a imaginar la joven reina que acabaría siendo aguillotinada por aquellos a los que tanto despreciaba? ¡Ella, toda una reina!

 

 

Por desgracia, María Antonietas en esta vida hay muchas. Personas que viven ajenas a los problemas ajenos, que no son capaces de empatizar y que, con toda probabilidad, ni siquiera conocen el significado de la palabra. Esos sujetos a los que se les da un título pomposo, a ser posible en inglés, y un plus de 100 o 200 euros más al mes a cambio de que defiendan el reinado del terror de la empresa de turno. Esa gente que come pasteles en Versalles mientras los pobrecitos que tienen la desgracia de caer a su cargo se ven sumergidos hasta la asfixia en un mar de precariedad laboral. Esa gente. 

 

Las María Antonietas son tan necesarias para una empresa como la guillotina lo fue para la Revolución Francesa. Las empresas necesitan tener perros de presa, gente de catadura moral cuestionable que no dude a la hora de agitar el látigo a cambio de cuatro duros. Personas con unos conocimientos nulos sobre derecho laboral, capaces de defender asaltos al Estatuto de los Trabajadores a diario. Esas personas que defienden a capa y espada las horas extraordinarias no retribuidas, el trabajo durante las vacaciones y todas esas cosillas que a las empresas de este país tantísimo le gustan porque implican conseguir que el trabajo se saque gratis y que los puestos de trabajo sean cada vez menos y más precarios. 

 

A esa gente, a las Maria Antonietas, les molestan los Robespierre de la vida, esos pesados que van metiéndole a la gente ideas en la cabeza de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Es mucho más difícil controlar a los que conocen sus derechos que a quienes no tienen ni idea… y claro, escuece que haya personas dedicadas a ponerte complicado eso de pisotear los derechos laborales de los demás

 

¿Cómo vamos a ser iguales si yo estoy aquí en Versalles, rodeada de lujo, y tú estás muriéndote de hambre en un suburbio de París? Aparta, escoria.

 

A las María Antonietas de la vida no hay que prestarles demasiada atención. Un día están y al siguiente ya no.  En cuanto cambia el jefecillo de turno y decide colocar a sus fieles en lugar de mantener a los del jefecillo anterior. Si les pica que se rasquen y, si no, que se apliquen el cuento y coman pasteles.

 

¿Cambio de turno? ¿Traslado de centro? Mmmm… no sé, no sé, ¿qué le puede fastidiar más la vida a ese proletario?

 

Ladran, luego cabalgamos

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